domingo, 14 de noviembre de 2010

De flores muertas...

1. Soy un fan declarado y descarado de Elvis Costello. No recuerdo el momento exacto en que lo descubrí, y es más ni siquiera recuerdo cual fue le primera canción suya que llegó a mis oídos. Y tampoco me importa. Me basta con saberme identificado con su voz, una voz que se parece tanto a la mía, no tanto a la que las personas escuchan cuando intentan sostener una conversación coherente conmigo, sino a la voz interior que me guía mientras recorro esta monstruosa ciudad solo, envuelto en mi chaqueta negra, con los audífonos librándome del ruido y siempre con un cigarro manteniendo mi mano ocupada. Por eso quizás, muy pocos comprenden mi casi obsesivo seguimiento de la carrera de Costello. Tal vez sea porque no se han tomado la molestia de echar ojo a sus líricas, diccionario inglés-español en mano y tratar de identificar los sentimientos que toca en su canciones, siempre asperas, punzanes, siempre precisas. Al final es el estilo de su escritura y el tono de su voz y su completo desinterés por seguir los canones establecidos, lo que lo hace identificable a través de la navegación entre géneros que ha emprendido desde hace poco mas de dos décadas. Viene a mi mente "Jackson, Monk & Rowe" del infravalorado (al menos a mi parecer) The Juliet Letters proseguida de, digamos, "Go Away" de su última placa con The Imposters Momofuku. Si bien sus transfondos musicales son totalmente opuestos, la furia mezlcada con impotencia y desesperación de la voz de Costello las hacen por completo compatibles. El el mismo hombre después de todo, un hombre universal, un vocero de la misoginia qu no es otra cosa que el miedo al abandono que todo hombre siente cuando se enamora. Y es ahí donde pienso que las mujeres deberían de escuchar más sus canciones. Si bien sus canciones de amor distan de ser convencionales, son absolutamente honestas, cargadas de furia, de celos, de la necesidad de saberse posedor único de lo que se anhela, de miedo que alcanza cotas de terror y, en casos extraños debo decirlo, de aceptación de que uno, el narrador que no necesariamente tiene que ser el que canta a través de los altavoces, lo ha mandado todo a la mierda precisamente por el temor a mandarlo todo a la mierda.

2. Francis Ford Coppola en su comentario de audio a El Padrino Parte II afirma que aquella escena final en la que la cámara en un close-up a Michael Corleone/Al Pacino nos muestra su precipitado envejecimiento era para él, en su momento, el final de la saga. En términos estéticos asi debió de haber sido. El Padrino Parte III jamás debió haber llegado a las salas, pero ganaron, como casi siempre, las ansias del comerciante sobre la dignidad del artista.

En otro aspecto, aquella escena final podía ser una especia de cierre con broche de oro para una saga de proporciones míticas (en todo sentido) sobre sobre lo que significa ser un hombre. A lo largo de tres horas y 20 minutos, (y un poco más si tomamos en cuenta la última media hora de la entrega anterior) vemos reflejada en la pantalla, con singular maestría, como un hombre al tratar de proteger el imperio que le ha sido heredado lo perderá víctima de su soberbia, de su incapacidad para mostrar sentimientos (léase debilidad) incluso frente a la mujer con la que comparte le alcoba. Aquellos pocos segundos, resumen, siglos y siglos de la lucha del hombre consigo mismo, su incapacidad para conciliar su instinto (asesino, voraz, posesivo, celoso) con su racionalidad. El drama del a historia se acentúa cuando su historia se pone en comparación con la de su padre: mientras este construye un imperio, aquel lo ve desmoronarse piedra por piedra; mientras aquel sacrifica a su propia familia (la consanguínea) en favor de los negocios, este sostiene su hijo menos en sus brazos, mientras le dice dulces palabras en italiano.

El exceso de control siempre termina por llevar a la revuelta. A veces los líderes, llámense padres de familia, presidentes o ministros religiosos, olvidan, para su propio perjuicio, que aquellos bajo su mando poseen aquello, que si bien escasea, sigue siendo un factor determinante en toda relación humana: la voluntad.

3. Elvis Costello y los Stones comparten una notable influencia: la música country. Costello incursionó en el género con mas pena que gloria en 1981 con el album Almost Blue. Sus satánicas majestades en cambio lo hicieron con éxito notable, en cortes aislados de Let It Bleed (1969) Sticky fingers (1971) y Exile on Main St (1972). La influencia de Gram Parsons, amigo personal de Richards, es más que notable, claro que los Stones le brindan al ya de por si gastado y cansado género algo lo que Costello no fue capaz: su propio toque distintivo.

Cuando uno lo piensa, la imágen y actitud que habían llevado en su trayectoria hasta ese momento no variaba mucho del country and western norteamericano. Al fin y al cabo eran una especie de forajidos, de indeseables outlaws, no muy distintos a los que habitaban las canciones de Hank Williams o Merle Haggard. El desarraigo, la desolación y los vicios, que reafirmaban el sentimiendo de no pertenecer a esa extraña y peligrosa amalgama autonombrada sociedad los unía a los viejos trovadores cuyas lastimeras voces salian de las rocolas de los bares al sur de Estados Unidos.

En "Dead Flowers", literalmente Flores Muertas, un narrador, cuyo papel toma Jagger, no sin un dejo de sorna, le ofrece su amor incondicional a la mujer que lo ha dejado. Ella se ha ido con otro, quizás uno con más dinero, pero aún así él, el abatido narrador, le ofrece su fidelidad y lealtad absolutas, aunque claro, no estará solo:

Well, when youre sitting there/In your silk upholstered chair/Talking to
some rich folks that you know/Well I hope you wont see me/In my ragged
company/You know I could never be alone

Uno ha escuchado apenas el pimer verso y piensa en lo universal del sentimiendo. Piensa en los mariachis que acompañan al ebrio dolido al zaguan detrás del cual seguramente yace la otrora amada en brazos del nuevo amante. Piensa en el trío que acompaña al fámelico poeta que ha decidido gastar el dinero que recibio en el empeño por el añillo de compromiso (ahora sin sentido, otro malo recuerdo) en alcohol, putas y música de los Panchos. Piensa en Hank Williams agonizando después de un coctel mortal de pastillas y alcohol en el asiento trasero de un coche que lo lleva a una tocada. Piensa en el Lo Dudo de los Tres Ases, en el Ne Me Quitte Pas de Jacques Brel y en el In the Wee Small Hours of the Morning de Sinatra. Piensa en los hombres heridos, en los caidos en batalla, en los que no supieron moderar las dosis de amor que entregaban, en los que frágiles como la brisa proyectaban fortaleza a base de crueldad (do you have to be so cruel to be callous dice Costello) en los que heridos de muerte se arrastran sobre la arena gritando el nombre de Gelsomina, la mujer a la que amaban y a la que no aceptaron por miedo al rechazo quizás, pero más aún por miedo a descubrirse humanos, vulnerables al dolor, pero también al amor. Tal vez el hombre será mas feliz y vivirá más pleno cuando comprenda que con las mujeres, como con las rosas, hay que correr el riesgo: puede que termines espinado, pero valdrá la pena intentar capturar la fragancia de su aroma.

Tómame pequeña Linda, tómame/sé que crees ser la reina del
subterráneo/y
puedes enviarme flores muertas cada mañana/enviarme flores
muertas por
correo/enviarme flores muertas a mi boda/y yo no olvidaré
colocar flores muertas
sobre tu tumba.


No hay comentarios:

Publicar un comentario