lunes, 16 de mayo de 2011

The Pitchfork 500: 003: Street Hassle de Lou Reed

Lou Reed
(lou Reed)
appears on Street Hassle (Arista, 1978)

En 1978 Lou Reed llevaba a cuestas un década convulsa. Tras las glorias underground de The Velvet Underground y el retiro por la decepción de la falta de éxito comercial del grupo, vino el renacimiento de la mano de David Bowie, quien produjo su comeback album: Transformer (1972). Después de eso vinieron varias transformaciones (el título del disco lo advertía con claridad): la sombría narrativa de Berlin (1973), el asalto en directo de Rock 'n' Roll Animal (1975), las atrevidas disonancias noise de Metal Machine Music (1975) y la nostalgia pastel de Coney Island Baby (1976). Las críticas eran dispares, el éxito comercial iba y venía, la leyenda se fortalecía con cada tema, con cada extravagancia, con cada exceso. Como sea hacían falta un par de violas para regresar a Reed a los altares.

Street Hassle es una suite, en la misma vena de A Day in the Life o Scenes from an Italian Restaurant. Reed lo concibió como un monólogo acompañado por un arreglo minimalista: el recurrente riff de las violas, que parece girar sobre su propio eje; las delicadas y precisas intervenciones de la guitarra, los coros que aparecen en el momento indicado. Ahhh, y un participación no acreditada de Bruce Springsteen. El resultado es una muestra de rock art en la mejor acepción del término. Y es que si bien los instrumentos y la duración no podrían estar más alejados de la estética pop de las canciones de 3 y 1/2 minutos, la actitud, entre desafiante y melancólica, encaja perfectamente en la corriente post-punk. Es por eso que Reed es la influencia más directa de la década anterior para la new wave, la no wave y en resumen todas las tendencias de las décadas siguientes.

La canción también funciona a un nivel narrativo. La primera sección "Waltzing Matilda" narra el hecho de una mujer que contrata los servicios de un prostituto, abriendo paso a "Street Hassle" donde la mujer yace muerta en el apartamento de un dealer. Entonces Springsteen hace su aparición, en la colaboración más bizarra -pero afortunada- de la historia del rock, parafraseando su propia Born to Run: "tramps like us, we were born to pay". Al final, titulado Slipaway, Reed se lamenta, literalmente, de la pena que la ausencia de su amante le provoca.

Una canción difícil, que más bien deberíamos llamar experiencia. Exige dedicación y paciencia, pero después de casi 11 minutos, la espera ha valido la pena. Y claro, además funciona como un oscuro y crudo, pero poético, homenaje a la ciudad natal de artista: New York.

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