jueves, 23 de septiembre de 2010

Confecionario

Soy dramático, lo sé. Y me averguenzo de ello. El drama ahora sólo sirve en las pantallas. En la vida real, en las cordenadas reales, resulta mal negocio. Se pierde tiempo.

Debería de volver a lo que importa. Dejar de ver el reloj. Cada veínte minutos. Rutina del relojero. Enfermedad del tiempo. Lento. Turbio como el agua de los ríos en la ciudad.

Vuelvo a mis confesionarios. Ahora que tengo dolor/rabia/tristeza para vomitar sobre el parqué. Vuelvo me hinco, coloco mis codos ante el reflector. Y sufro en escandaloso silencio. Miro fijamente a los que me rodean, gritando con mis pupilas abiertas, esperando a que intenten rescatarme, para poder despreciar sus buenas intenciones.

Uno crece con la culpa atorada en la garganta. Y a veces uno no puede hablar con claridad. El malestar no mata ni debilita. Sólo envilece. Y cada vez más bicho cada día más insecto uno comienza a saber como arrastrarse.

Entonces no hay salida. Uno sólo puede esperar los pisotones de la gente con prisa y las bolas de polvo y los rincones oscuros.

Entonces--

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