miércoles, 3 de agosto de 2011

Huracán

Entonces Bob Dylan dejó de sonar en la radio. Esteban seguía convencido de que su voz era como una blasfemia, como un insulto escuchado de frente, como un gargajo cargado de furia que aterriza como un proyectil en mitad de la frente. Se sentía profundamente lacerado después de cada canción, como si un lobo le hubiera arrancado un pedazo de carne y su hueso expuesto, más amarillo que blanco, de dejara entrever que todo era un juego: macabro, absurdo. tan divertido como uno lo quisiera.

Entonces llegó ella. Con esa estupida sonrisa que le contraía todo el vientre. Con la misma dulzura funesta que èl nunca esperaba. Ni quería. Ni necesitaba. Llegaba ella dispuesta a darselo todo, como un vendedor que en la noche llama a la puerta para ofrecer algo que nadie ha pedido. Nunca.

Esteban escondió la botella bajo el sofá y prendío el televisor. Alguien hablaba sobre el decimo quinto fin del mundo. Alguien alardeaba de lo poco precisos que son los profetas malditos.

Ella se sentó con su pose de señorita. Perfecta esposa de político. Esteban recordo entonces tantas cosas, que las venas dentro de su cràneo se enredaron aún más, dando paso a una jaqueca terrible.

Recordó que su nombre, el de ella, se repetía con sadismo en Trópico de Cáncer y en Pasto Verde, provocando la misma pasión frustrante que ella, tan real y tan falsa, le provocaba en ese mismo momento. Y antes. Y siempre.

Cuando a su mente aterrizo de pronto aquello de que "ella el huracán destrozando la playa" se pregunto que parte del fenòmeno le había tocado vivir a su lado: la tensa calma antes de que las olas choquen con furia contra las rocas o el frenesí de las rachas de viento azotándolo todo como un látigo de invisible entereza o el aftermath con sus improvisadas montañas de basura y hojas muertas.

No quería coger. No esa noche, no ninguna otra noche. No quería nada. No queria más mentiras robadas de su propio libreto. No quería más sonrisas que lo esclavizaran a una escena gastada, tan poco original, tan sobre-ensayada.

Nada. Esa era la palabra. Ese era el sentimiento. Esa era la canción:

Juan Son comenzó a cantar como sirena andrógina. Todo se licuaba con el tiempo.

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