lunes, 6 de junio de 2011

La Culpa la Tiene el Cine


Como toda persona normal de las últimas tres décadas fui educado por la televisión y el cine. Mi memoria alberga más referencias a los Simpsons y a las películas de Martin Scorsese que recuerdos de sucesos familiares o consejos (permítanme decir JA) de adultos cercanos. Tal vez sea porque he llegado al punto en el que, como dice la canción de Babasónicos "me caga que me expliquen como es el mundo si al final todos están equivocados, todos a la vez." Todos mis ídolos han caído de sus pedestales, todas las máximas (que no pasan de ser frases célebres para reuniones domingueras) me parecen sobrealimentadas con harina de arroz (blanda y sin sabor). En pocas palabras, todos y todo me parecen esforzarse demasiado por hallarle sentido a su propio sinsentido. Todos me resultan demasiado aburridos, seguros de que su propia versión del caos es la correcta para (re)ordenarlo un poco.

Lo único en lo que creo es en la eterna posibilidad en que todo, siempre, puede ser/ir peor. ¿Te preocupa que tu vida sea una mierda? Easy, easy, big fella, como díria George Constanza en Seinfeld. Mira a tu alrededor y verás sin duda alguna a alguien cuyo agujero en la tierra es más oscuro. Si la mierda te llega hasta la cintura seguramente a alguien que conoces le llega hasta el cuello. Tan simple como eso.

Lo único que no tolero es el aburrimiento. Y aquí vuelvo al principio. Fui educado por el cine, el cual, según Alfred Hitchcock, "es como la vida real... sin las partes aburridas". Lo mismo va para las series de tv y en general para el mundo de ficción. Nos vende la ilusión de una realidad donde todo el tiempo pasa algo. Donde la posibilidad de una aventura, de un suceso que merezca ser recordado en el futuro, está siempre a la vuelta de la esquina. Nadie nos dijo que después de despedir a Ilsa en el aeropuerto y antes de reecontrarla en Casablanca, Rick pasó semanas, meses, años enteros sumido en el menos glamoroso de los tedios. Noche tras noche administrando un pinche nightclub. El cine es entonces nada más que el gran escape.

Es por eso que nuestra generación recurre a drogas, sexo cada vez más casual, más extremo, alcohol y demás escapes, para huir a paso veloz de la cotidianidad. Las generaciones anteriores vivían sumergidas en el mismo sinsentido, vivían día a día en la misma rutina interminable, tenían la misma carencia de fe en el futuro, pero, a diferencia de nosotros, no estaba del todo conscientes de ello. Sólo conocían un versión. La versión de su entorno. Sus sueños venían, igual que sus datos, de la misma fuente confiable, padres, maestros, mentores y amigos. Ahora, mientras la realidad y sus catorce mil versiones nos atacan día a día, noche a noche en forma de pixeles, no sabemos que hacer con el vértigo y la nausea, con ese sentimiento de desasosiego y ansiedad que nos hace buscar cada vez con más furia abismos más brillantes, más atacados de humo y de neón, más cuerpos con los que enfrentarnos.

No hay mañana que no llegue y no hay ayer que no resulte absurdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario